Capítulo 1
Claire Evans miraba atentamente el enorme reloj circular de la sala de descanso del St. Thomas Hospital en donde trabajaba de enfermera con sus ojos azules de gata. Las manillas marcaban las cuatro de la tarde. «Sólo una hora más», suspiró mientras se apartaba un largo mechón de cabello castaño oscuro del rostro y se recostó en la silla de madera.
—¿A qué hora tienes el vuelo? —le preguntó Tina, una de sus compañeras más cercanas, treintañera cómo ella y de rostro jovial.
—A las diez. En cuanto salga de aquí, tengo que ir volando a buscar a mi hermana.
Claire tenía la maleta hecha en su coche y en cuanto acabara su turno, se daría una ducha rápida en el hospital e iría a recoger a Sophia, su hermana menor para ir juntas a Bangor, Maine, a ver a su hermano mayor Ted.
—¿Y ya te va a dar tiempo? —añadió, dubitativa.
—Bueno, eso espero —Claire sonrió.
—Evans, Miller, necesitamos su ayuda en Urgencias —Gemma, la jefa de las enfermeras, una mujer de más de cincuenta, alta, delgada y que aún conservaba su belleza de juventud, entró provocando un gran estruendo con la puerta que hizo que se sobresaltaran.
—Se acabó el descanso —dijo Tina y siguieron a Gemma por los pasillos del hospital.
Claire y Tina iban tras Gemma para poder hablar.
—¿Hace cuánto que no ves a Ted?
—Hará unos dos años, desde que se marchó de Londres —contestó Claire.
Recordó el día en que su hermano mayor había decidido marcharse a Estados Unidos a vivir. La despedida fue dura, habían sido siempre una familia muy unida. Su madre había llorado en el aeropuerto, su padre le abrazó durante un largo rato, y tanto Sophia como ella intentaron contenerse para no montar una escena. Sabían que no era un adiós definitivo, pero la separación fue dura. Las cenas que su madre organizaba los sábados ya no eran lo mismo sin Ted y sus chistes.
En aquellos dos años de ausencia Sophia, su marido Owen y su pequeña Victoria, la hija de cuatro años de ambos, se había mudado a una gran casa en las afueras. A Claire la habían trasladado a Urgencias, donde los mejores enfermeros se enfrentaban día a día a los casos más difíciles. Ted había conseguido un trabajo en una importante empresa de informática, por lo que las cosas le iban viento en popa al otro lado del charco.
Había invitado a su familia a pasar el fin de semana, pero sus padres tuvieron que declinar la oferta ya que su madre no se encontraba demasiado bien de salud. Sophia había decido ir y dejar a Victoria con Owen.
Llegaron a la sala de urgencias. Había mucha gente en el lugar, pero nada anormal en un viernes por la tarde y en plena primavera. Era temporada de alergias
—Señoritas, hay varios pacientes que nos han traído con heridas de arma blanca, necesitan algunos puntos de sutura y antibióticos —Gemma cogió unos historiales y se los pasó a las dos enfermeras—. Después de eso, Evans puede marcharse —Se acercó a Claire—. Espero que tenga un buen viaje —le sonrió y se alejó de ellas para atender a algunos pacientes.
—Gracias —Claire le devolvió la sonrisa y la vio hablando con uno de los doctores más veteranos.
Gemma Beckett podía ser muy estricta, pero siempre había sido muy amable con todas las personas a su cargo.
Claire fue a atender al primero de sus dos pacientes. Era un niño de diez años con una dermatitis de contacto. La madre del pequeño estaba histérica, y Claire la tranquilizó diciéndole que eso se trataba con antihistamínicos y que le harían un test de alergia en una semana.
El siguiente paciente fue uno de los apuñalados, un chico joven con un navajazo en su antebrazo izquierdo vestido con una camiseta del Arsenal. Claire se acercó a él para ponerle anestesia local y así coserle la herida.
—No te va a doler —le dijo al chico mientras la aguja penetraba su piel. El joven frunció el ceño y no dijo nada—. Vuelvo en unos minutos para que te haga efecto.
Claire se alejó y miró su ficha. Había sido un altercado en la salida de un partido de fútbol. Cuando volvió, le cosió la herida y le dijo que esperara al doctor, el chico le dio las gracias tímidamente y Claire se marchó a ducharse y cambiarse.
Había llevado unos tejanos oscuros, una sudadera negra y sus viejas botas de cuero para el viaje; era la ropa más cómoda que tenía. Cogió la mochila roja que siempre llevaba al trabajo y se despidió hasta el lunes de todos los compañeros que se encontró hasta llegas a la salida. Había salido del edificio cuando alguien le habló a su espalda.
—Así que te vas a Estados Unidos, ¿eh? Procura estar de vuelta el lunes, recuerda que te toca el turno de noche —dijo una voz burlona. No había duda de que se trataba de Karen, una de sus compañeras.
Claire la miró y entornó los ojos con una sonrisa. Era una chica de estatura media y expresión risueña.
—¿Acaso crees que te voy dejar sola toda la noche? No vaya a ser que te pierdas por los pasillos del hospital —Claire le sacó la lengua y Karen rió.
—Nos vemos el lunes entonces. Que tengas un buen viaje —Metió las manos en los bolsillos del uniforme blanco reglamentario de los enfermeros y empezó a caminar hacia el hospital de espaldas.
—Gracias. Hasta el lunes, Karen —Claire se alejó de ella y empezó a rebuscar en la mochila las llaves del coche.
Su viejo Nissan de 1995 negro estaba en una de las plazas reservadas al personal del St. Thomas. Claire entró, puso el seguro del coche y llamó a Sophia.
—¿Si?
—Soph, estaré allí en veinte minutos. Espero que estés ya preparada en la puerta, que te conozco —Claire remarcó esas últimas palabras. Sophia siempre llegaba tarde a cualquier parte.
—Sí, sí, lo tengo todo preparado, no te preocupes Claire —contestó su hermana en tono alegre—. Nos vemos.
Le colgó. Claire negó con la cabeza, «Esa es la señal de que no ha preparado ni la mitad», suspiró, se puso el cinturón y emprendió el camino hacia la casa de Sophia.
No había mucho tráfico en ese momento por lo que Claire avanzó por todo Londres a buen ritmo. Tenía puesta una emisora de radio que emitía música de los ochenta sin parar.
Aparcó delante de la puerta, y vio a Victoria mirar por la ventana de su habitación. Claire le saludó y la pequeña le sonrió con alegría. Salió del coche y fue a llamar al timbre cuando la puerta se abrió de repente.
—Victoria es un timbre más eficiente que ese, parece mentira que aún no lo sepas, hermanita —Sophia llevaba una de sus maletas en la mano y la dejó a un lado—. Te dije que estaría lista —Sonrió.
Claire clavó sus ojos en los de su hermana y suspiró. Tenían el pelo del mismo color, pero en los ojos de Sophia había algo de verde en su interior y sus facciones eran más redondeadas. También era más baja que ella, y su cuerpo tenía más curvas, a diferencia de Claire que era alta y espigada.
—Ya lo veo, ya. Por eso parece que hayas corrido una maratón, porque lo tenías todo listo, ¿no? —dijo Claire con sarcasmo, cruzó sus brazos y le devolvió la sonrisa.
—Me has pillado —Sophia le guiño un ojo—. No puedo engañarte.
Owen salió de detrás de la puerta. Era un hombre alto, rubio y apuesto un par de años más mayor que Sophia pero sin llegar aún a la treintena.
—Hola, Claire.
—¿Todo bien, Owen? —Se dieron dos besos.
—Sí, aunque voy a echar de menos a mi mujercita —Besó a Sophia en la cabeza.
—Sólo será el fin de semana, cariño —Sophia le abrazó.
—¿Seguro que no os queréis venir? —preguntó Claire por enésima vez.
—Seguro —contestó Owen—. Yo me quedaré al mando de la casa, y Vicky se portará muy bien.
Detrás de ellos, justo al final de la escalera, había una pequeña niña rubia de ojos azules y pijama rosa sonriendo.
—¿Es que no vas a venir a saludar a tu tía? —le dijo Claire preparándose para recibir un gran abrazo.
Victoria bajó las escaleras corriendo y rodeó el cuello de Claire con fuerza. Ella la levantó del suelo y le dio un beso en la mejilla.
—Pero que grande y guapa que estás —La dejó en el suelo y Victoria rió.
—Ya tengo cuatro años, tía Claire —dijo con una vocecita aguda.
—¿Cuatro ya? Madre mía, como pasa el tiempo.
—Y éste verano, Vicky hará su primer viaje en avión, y nada más y nada menos que a Disneylandia —Al oír decir eso a su padre, Victoria vitoreó.
—Por eso se queda, queremos que ese sea su primer viaje —añadió Sophia.
—Lo se, lo se —Claire cogió la maleta de su hermana y la llevó al coche.
—Espera, que te ayudo —dijo Owen caballerosamente.
—Gracias, Owen —Entre los dos la cogieron y la pusieron en el maletero.
La segunda era más pequeña, por lo que Sophia la dejó en el asiento trasero. Claire esperó apoyada en su Nissan mientras Sophia se despedía de su familia con cariño. Victoria lloró un poco pero le aseguraron que estarían de vuelta en unos días, y que su madre le leería un cuento por teléfono todas las noches que iban a estar ausente. Claire les dijo adiós y se subió en el coche cuando vio que ya se daban los últimos abrazos y besos.
Se puso el cinturón y su hermana subió e hizo lo mismo.
—Bien, ya podemos irnos —dijo Sophia con tristeza en su voz.
—Tranquila, sólo va a ser un fin de semana —Claire puso su mano en el hombro de su hermana.
—Lo se —Sophia le apretó la mano y sonrió.
Claire arrancó el coche y emprendieron el viaje hacia el aeropuerto de Heathrow.
Por el camino, hablaron de Ted. Recordaron viejos tiempo, cómo cuando se escondía detrás de las cortinas para asustarlas, o les hacia cosquillas hasta acabar con los ojos llenos de lágrimas de tanto reír. Le extrañaban, y a pesar de que esos juegos infantiles habían acabado hacía ya años, era la persona más bromista y alegre que conocían.
En una hora llegaron al aeropuerto, aparcaron el coche y buscaron la Terminal de su vuelo. Facturaron sus maletas y esperaron con paciencia a que fuera la hora de embarcar. Eran ya las nueve de la noche y a Claire la tarde le había pasado volando entre el recorrido en carretera, las despedidas y el trabajo. Vio a Sophia con el teléfono móvil en la mano, seguro que se estaría enviando mensajes con Owen. La sala estaba casi vacía, sólo unas diez personas más esperaban ese vuelo. «Ha sido buena idea viajar de noche», pensó Claire. Mirando a su alrededor vio un diario gratuito en los bancos de madera donde esperaban y empezó a ojearlo.
Noticias de política, la crisis, deportes… pero hubo una que llamó su atención.
“Ola de violencia en China
Un centenar de personas ha muerto y hay más de veinte heridos en todo el país asiático. La violencia en las calles crece día a día y se desconoce las causas que han provocado que miles de personas se encierren en sus casas. El Gobierno ha decretado el toque de queda y dará un comunicado a toda la nación mañana…”
—¿Qué estás leyendo? —preguntó Sophia con curiosidad.
—Que se está liando bien en China —contestó Claire y la miró—. Ha muerto gente, no vi nada de eso ayer en las noticias.
—Nosotros lo vimos ésta mañana, ya hay un millar de muertos, y no se sabe bien qué lo ha provocado. Unos dicen que es un ataque terrorista de Corea, otros manifestantes en contra del gobierno.
—Aquí pone que ha fallecido un centenar, supongo que era la cifra que tenían cuando cerraron la redacción —Claire hizo una pausa y Sophia asintió—. A ver si mañana nos enteramos bien del asunto —Claire dejó el periódico a un lado.
—Pasajeros del vuelto uno cinco siete con destino a Bangor, Maine, ya pueden embarcar —dijo una voz femenina por los altavoces.
Las pocas personas que estaban esperando se levantaron e hicieron una pequeña fila para poder subir al avión. Claire y Sophia eran las últimas.
—Bien, pronto veremos a Ted —dijo Sophia con entusiasmo.
—Sí, sólo tenemos unas cuantas horas de vuelo por delante —añadió Claire con tono irónico dándole los billetes a la azafata.
Pero realmente eso no le importaba, mañana a esas horas se reencontrarían con su hermano mayor. Sería un gran fin de semana.